¡Ya es víspera de Nochebuena que, para muchos, es la noche más feliz del año!
Todos hemos corrido atrás de regalos y preparativos y, en medio de los apuros de última hora y de la congestión del tránsito, la gran mayoría no nos dejamos ganar por la atmósfera de consumismo comercial y por la simple costumbre de la celebración y volvemos nuestra mirada hacia el espíritu mismo de la Navidad.
Aunque en el Cristianismo no sabemos cuál es la fecha exacta del nacimiento del Señor Jesús Cristo, hemos aceptado la convención de celebrarlo el 25 de diciembre, antiquísima celebración solar de la Vida , como si fuera el día de Su Nacimiento.
En casi todo el mundo, cristianos y no cristianos celebran esta fecha como un símbolo de Paz, Amor y Buena Voluntad entre los hombres. Ciertamente, cada vez que evocamos esas tres condiciones, estamos invocando y recordando los aspectos centrales del mensaje que nos trajo el Señor Jesús Cristo.
Más allá de los misterios de su pasión y muerte, el Señor Jesús Cristo predicó un mensaje universal de la esencial igualdad entre los hombres, de humildad ante las condiciones adversas y de la necesidad de entregarse con fe a la Bondad de Dios.
Nadie como él resumió mejor los principios con los que debemos vivir diariamente nuestra existencia en esta encarnación terrestre: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” y “Ámense entre ustedes como yo los he amado”.
Cada vez que en Noche Buena ansiamos abrazar con amor a nuestros seres queridos, cada vez que nos alegramos viendo la carita feliz de un niño al abrir su regalo, estamos viviendo y sintiendo en nuestro círculo familiar, más íntimo, el mensaje del Señor Jesús Cristo. La clave de esta y de todas las Navidades, es recordar estos sentimientos y tratar de extenderlos hacia todos nuestros semejantes.